lunes, 19 de diciembre de 2016

Orgullosamente solos

En la sala de redacción mi jefe me ha prohibido hablar sobre la obra de José Carlos Yrigoyen. Demás está decir que la sala a la que me refiero es un cuarto alquilado en el que vivo y que el único jefe a quien rindo cuentas soy yo. Pero vamos, que para eso están las prohibiciones: para desobedecerlas. No estaba en mis planes leer este libro, sin embargo lo compré para un amigo a quien aprecio mucho y la tentación de desvirgarlo (al libro, claro está) fue mucho más fuerte.

Pequeña novela con cenizas, la incursión comercial de Yrigoyen en el mezquino escenario de la narrativa peruana (puesto que todo se reduce a Lima y, dentro de este circuito, a solo algunos cuantos nombres), fue un libro que me dejó indiferente. De su cobardía (del libro, aclaro) ya hablé en un post anterior. Y de su carencia de literatura también. Y con esas premisas abordé esta nueva entrega, esperando encontrar las mismas reincidencias.

Lo admito. Leo buscando el error. Y lo placentero, respecto a Orgullosamente solos, fue no encontrarlo.

Breve y ambicioso.

Aquí, Yrigoyen muestra un poco más la piel y escarba de manera minuciosa en el pasado. La historia de su abuelo, Carlos Miró Quesada Laos, funciona como excusa e imposición. El tema se expande y supera la mera anécdota. Así, el libro es una suerte de historia del Perú de los años 30, sumado al desarraigo familiar, los círculos de poder y la no menos inquietante figura del mentado abuelo. Yrigoyen ha removido los escombros del pasado familiar y ha encontrado un diamante en bruto. Y ha tenido la paciencia infinita de refinarlo con éxito. He allí la ambición.

Lo ha logrado esta vez. Sin ningún asomo de lacrimosa autocompasión, ha conseguido contar algo. Y contarlo bien. Todos los ingredientes en su justa proporción. Lírico cuando el relato lo amerita, descriptivo sin cometer excesos, bellamente documentado y, sobre todo, acometido con eficaz y radiante prosa. 

Pero el mayor atributo de este texto (no me atrevo a llamarlo novela) es su enorme sinceridad. Por lo tanto, hay que devolverle esa honestidad descarnada y decir que sí, que es un buen libro, y que quizá pueda vencer al tiempo porque tiene todos los atributos para resistirlo.

YRIGOYEN, José Carlos. Orgullosamente solos. Lima: Literatura Random House, 2016.    

lunes, 12 de diciembre de 2016

Cuentos para búfalos

Publicado apenas el año pasado, lo encontré en una pila de remates a un precio irrisorio. Vete a saber por qué. Cosas de la editorial, digo yo.

Y yo, ya digo, a los cuentos no me resisto, incluso si los escribe Galarza. Y de diez historias se compone este libro (a un sol por cuento para dejar en claro lo del precio).

El concepto me gusta. Reunir cuentos que fueron enviados a concursos y que lo intentaron. Una actividad a la que le puso mucho empeño Roberto Bolaño y que apunta muy bien A. G. Porta: «Se ha dicho de Bolaño que salía a cazar premios como si fueran búfalos». Cuentos para búfalos, por tanto.

De los diez, hay dos repetidos. Dos que ya se incluyen en Algunas formas de decir adiós, y a mí eso de poner figuritas repetidas para llenar el álbum no me ha gustado nunca. Obviando esos, podemos decir que el libro empieza con cuentos para cazar moscas.

Solamente hacia el final, el libro crece. Maduran los relatos. Y sí, hay uno como para cazar un enorme búfalo y tener semanas de carne a disposición. Uno tan bueno como para salvar al libro del fuego. Vamos, como esos grupetes de mierda a los que los salva la mejor canción del disco, a falta de otras que se le parezcan.

Hay uno, pero no conviene decir cuál. Tampoco me gusta la gente que solo se pone a escuchar la mejor canción del álbum. Primero padecer y luego disfrutar (en ese orden).    

GALARZA, Sergio. Cuentos para búfalos. Lima: Mesa Redonda, 2015.      

lunes, 5 de diciembre de 2016

El ruido del tiempo

A mí las novelas sobre personajes históricos, o que han merecido la posteridad, me parecen un montón de mierda. Cuando un autor está bloqueado, solo tiene dos opciones: escribir sobre su bloqueo (Fresán) o mandarse con un tocho sobre la vida de algún muerto que posee una entrada larga en Wikipedia (ejemplos varios). La segunda opción podría parecer pan comido porque el asunto o personaje a narrar ya viene espoileado (a ver si Pérez Reverte inserta este neologismo), y lo demás, lo que el autor debe hacer a continuación, se llama redacción y no literatura.

Barnes ha hecho (gran) literatura en su más reciente novela.

Lejos de atiborrar el relato con fechas y nombres y sucesos reales, Barnes toma la figura de Dmitri Shostakóvich, la deforma delicadamente y nos muestra el anecdotario de sus desdichadas relaciones con el Poder en la Rusia de Stalin. Importan más los sentimientos de Shosta que la inútil revisión de su biografía.

Narrada en tercera persona, Barnes logra que los ecos del sufrimiento de Shostakóvich resuenen en el interior del lector. La Historia ha sido cruel con el compositor y la novela va de contar qué sentía Shostakóvich, no del repaso estéril de sus humillaciones.

Destaca la contención en el lenguaje, que funciona también para contener la historia. Si uno siente lástima por el compositor es por la descripción escueta y breve (muy a lo Barnes) de la maquinaria soviética.

Novela compuesta de retazos, de gestos, de pocas acciones y diálogos puntuales (a esto algunos lo llaman eficacia o lo llaman Carver), y sin eternos cuadros lacrimosos o efectistas (a esto lo llaman sensiblería o lo llaman Alonso Cueto). Hay ternura en cómo se cuenta la desgracia. Hay literatura, en suma, como en aquella escena final donde el lector entiende qué es «el ruido del tiempo» y el duro golpe que implica haberlo comprendido.

BARNES, Julian. El ruido del tiempo. Barcelona: Anagrama, 2016.

lunes, 28 de noviembre de 2016

La chica del tren

Thriller no es. Este libro se trata más bien de una adivinanza de casi 500 páginas. Hay un asesino y no es el mayordomo. Hay una desaparición y todo se narra en forma de diario. Muy a lo Gone Girl, pero la novela de Flynn tenía más oficio. De hecho, la historia de Amy me mantuvo enganchado y hasta podría decir que me gustó. Sin embargo, en La chica del tren todo está demasiado masticado. El lector es muy idiota, así que hay que decirle quién narra qué. El cliché abunda, solo hay personajes planos y de relleno, y el desenlace parece sacado de una telenovela mexicana (de las malas). Una estafa literaria bastante favorable (económicamente) para su autora. Con el dinero que te llevas con libros como este, o te compras una casa o te ganas una reputación. Supongo que Paula Hawkins ha optado por la casa y, de pasada, por la mala reputación. Venga, que todos tenemos que vender algo, incluso el prestigio.

HAWKINS, Paula. La chica del tren. Lima: Planeta, 2016.      

lunes, 21 de noviembre de 2016

El elefante desaparece

Son muchos los cuentos que reúne Murakami en este volumen. Diecisiete en total (y reviso el índice para no equivocarme). Sí, diecisiete. Varios cuentos largos. A mitad del libro ya sabes que la cosa no es contigo. No eres fan de Murakami y, a menos que aparezca una joya, le pondrás una estrella en Goodreads. (En efecto, la joya nunca apareció y le puse su más que merecida y solitaria estrella.)

Haruki Murakami (pronúnciese en esdrújulas, despistado lector: Háruki Murákami) tiene una fascinación por los cuentos de relleno, aquellos que ayudan a engrosar los libros para que permanezcan erectos e imponentes en mesa de novedades. O quizá se trata de todo el mediocre arsenal con el que contaba el autor. Los residuos de su literatura breve, primero publicados en inglés hace 23 años. Juntar cuentos dispersos es un acto de desprecio a los lectores. Es darles las sobras que uno ha ido acumulando tras largas jornadas de infructuosa labor de escritura. Es también una manera de mellar la propia reputación de escriba que tienta cada año el Premio Nobel de Literatura (hace poco se lo ha ganado un cantante). Un puto desacierto, en suma. Un suicidio. Harakiri Murakami.

Para aligerar la cosa vamos, por tanto, a enumerar algunas situaciones o elementos recurrentes en estas historias:

—Jazz y gatos.
—Un tipo se recuesta sobre el sofá para beber una cerveza.
—Menciones de marcas: McDonald's, Adidas, Sony. (Juraría que ahora mismo Murakami está escribiendo algo en donde se menciona a Pokémon Go.)
—Gatos.
—Todos los relatos son en primera persona.
—Salvo el primer relato, el resto importa una mierda.
—Jazz.
—Todas las mujeres son amas de casa. 
—Si no son amas de casa, quieren follar, y cuando no quieren follar están fregando cacharros. 

El universo de Murakami tiende a la contracción, y uno supone que sus temas se agotan o languidecen de tan repetitivos que resultan. Por eso, insisto, hay que ser muy fan de Murakami para que todo esto tenga sentido o implique un valor agregado en su cobarde literatura de jazz y gatitos. Así de light.

(Pasaba una cosa bastante peculiar mientras me martirizaba leyendo estos cuentos. El libro se me puso cuesta arriba, y cada vez que me ponía a él avanzaba con desgano una o dos o tres páginas. De tan aburrido que era, pensé que lograría aliviar un poco mi insomnio. Pero no. Todo lo contrario. Era tan cansino que —extrañamente— me crispaba los nervios y podía estar alerta. Llamemos a este efecto La paradoja Murakami.) 

Esto ha sido como hacer la cola del banco y escuchar la cháchara de dos ancianos. Ni la Munro, oiga.

MURAKAMI, Haruki. El elefante desaparece. Lima: Tusquets, 2016.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Juan Pablo Villalobos gana el Premio Herralde 2016


El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos acaba de salir vencedor del premio que convoca la editorial Anagrama. No voy a pedirle a nadie que me crea, el título de su novela ganadora, se hace acreedora de la nada despreciable dotación económica equivalente a 18 000 euros. Asimismo, el escritor argentino Federico Jeanmaire resultó finalista con la obra Amores enanos.

Más información en este enlace.

martes, 6 de septiembre de 2016

Juan José Millás sobre la lectura


El libro ha tenido siempre algo de callejón frecuentado por personas huidizas con tendencia, como decíamos, a la clandestinidad. Por eso, uno de los factores que más daño ha hecho a la lectura es el consenso respecto a sus virtudes. Cuando yo era pequeño, cuando yo era joven, la lectura no estaba muy bien vista. Los niños y los adolescentes lectores dábamos un poco de miedo a nuestros padres, a nuestros profesores. Ese miedo de los otros nos confirmaba que estábamos en el buen camino. Por haber, había incluso una lista, una bendita lista de libros prohibidos por el Vaticano, que eran, lógicamente, los que con más ansia buscábamos. Hoy, en cambio, todo el mundo asegura que leer es bueno. Lo dicen los padres, lo predican los profesores y lo corroboraría, si tuviéramos la oportunidad de preguntarle, el ministro del Interior. Con franqueza, si yo fuera adolescente, ni me acercaría a una actividad ensalzada por mis padres, por mis profesores y por el ministro del Interior. Me entregaría a los videojuegos, que producen aún mucha inquietud en las personas de orden.

Fuente: El País.

martes, 30 de agosto de 2016

Suicide Squad


Jared Leto está enfadado porque Suicide Squad es una menuda mierda y todo mundo lo sabe. El enojo también se debe a que David Ayer, director de la cinta, quitó muchas escenas del Joker. Escenas que, en palabras de Leto, bastarían para filmar una película con él como protagonista.

El problema con Sucicide Squad es que tiene todos los ingredientes de una película de Disney. Unos inadaptados con extraños poderes y habilidades que utilizarán para hacer el bien, los sosos e infantiles diálogos entre personajes y el clásico hombre atormentado que se suicidará para salvar al mundo. Ya desde que se anticipa que alguien tiene el noble propósito de «salvar al mundo» se puede intuir que esta película apunta al cliché. 

No hay mucho que decir sobre este largometraje. Aparte de verle el culo a Margot Robbie, no tiene mayor atractivo. Incluso un ciudadano estadounidense le plantó una demanda a la productora por publicidad engañosa. Y es que, desde que se anunció el trailer, la aparición del Joker ha sido la más esperada. Y lo seguirá siendo porque, si contamos los minutos en los que Leto nos muestra su interpretación, apenas podrían llegar a cinco. No exagero. No se podría evaluar qué tan buen o mal Joker hizo el genial Jared Leto porque simplemente su personaje casi no apareció en todo el filme (de hecho, lo «matan» a la mitad de la historia).

Pero la pesadilla no termina aquí. David Ayer ya anunció que comenzará a rodar Suicide Squad 2 para el siguiente año.

lunes, 22 de agosto de 2016

Ignacio Padilla (1968 - 2016)


Cierta noche de mayo de 2003, oí al escritor chileno Roberto Bolaño contar un chiste. Estábamos en Sevilla, convocados a un excéntrico congreso donde algunos autores tendríamos que expresar lo que esperábamos de las letras hispanoamericanas en el siglo XXI. El chiste que contó Bolaño era malo. Lo contó, sin embargo, y lo recontó, y volvió a contarlo. Lo narró desde todos los ángulos posibles: como si Pedro Apóstol lo relatase a Dios, como si lo enunciase la piedra que narra Los recuerdos del porvenir, como se lo contaría Sancho a don Quijote y don Quijote a Sancho. Lo contó con elipsis y sin ellas, en todas las personas del singular y del plural, con todas los recursos imaginables de la retórica. Sin que Bolaño lo notase, las risas de los presentes se fueron convirtiendo en admirativo silencio: sabíamos que estábamos asistiendo a otra epifanía, a un instante mínimo del humor semejante a los muchos que fue invocando Cervantes al escribir su obra. Sabíamos o presentíamos que en ese chiste y en ese instante estaba muriendo algo para permitir que renaciera algo más parecido aunque distinto. Sabíamos, en suma, que estábamos atestiguando la entraña misma de la renovación de la literatura y de la lengua española.
Bolaño murió diez días después, puede que ignorando de lo que había conseguido aquella noche con aquel mal chiste bien contado desde la víscera misma del idioma y de la experiencia literaria. Quienes estuvimos esa vez en Sevilla lo confesamos unánimes en las esquelas que, como argamasillescos académicos, escribimos para Bolaño. Su broma y su alumbramiento se repitieron en cada uno de los epitafios que en la lengua cervantina escribimos para nuestro colega ido. Su chiste malo resonaba y sigue resonando en la reivindicación de cada uno de nosotros, pero también en la de Borges y Cervantes, la de García Márquez y Góngora, la de Fuentes y Gracián. Todos ellos, a su modo, insectos y entomólogos, han escrito para recordarnos que don Quijote nos hace llorar y apenas ríe porque se empeña en desestimar la ambigüedad, obsesión que lo derrota, mientras que Sancho, el sobreviviente, nos hace reír y ríe atreviéndose con la lengua al prevaricarla y al reconocer con ello la fuerza vivificante de la realidad.
Fuente: UNAM.

lunes, 15 de agosto de 2016

Richard Parra sobre el estilo

Imagen tomada de esta web.

Richard Parra está en su mejor momento, qué duda cabe. Gabriel Ruiz Ortega se encarga de entrevistarlo para el blog de la Librería Sur. Además de comentar sobre temas como el estilo, las argollas literarias y su proceso de escritura, el autor de Los niños muertos (Demipage, 2015) denuncia un agravio. A continuación, un extracto de la extensa charla:

-En más de una ocasión te he escuchado sobre el concepto que suele manejarse cada vez que se habla del estilo. 
Hay que romper con cierta idea de estilo. Con el estilo de los manuales norteamericanos tipo MLA, el de “elements of style”, o los libros de texto de redacción de la PUCP, o los decálogos de los cuentistas, o peor aún el manual de estilo literario de Stephen King, etc. Abajo con eso, puesto que, como la gramática imperial de Nebrija, plantean la utopía de un lenguaje global estandarizado, por lo tanto reducido, sin espesor mítico o histórico o poético, sin localismos. Por definición, niegan otros lenguajes disidentes, la poesía, la lengua del oprimido, postulan un discurso único, una verdad teológica, una disciplina.
-Por ejemplo. 
Cuando un escritor o escritora dice “ya encontré mi estilo”, es tiempo de dejarlo de leer, porque ha renunciado a ser artista, intelectual, y nos encontraremos con la repetición industrial de falsas obsesiones, clichés muy bien escogidos del repertorio cultural comercial de la sociedad del espectáculo. Es la estética del “caballito de batalla”, de la represión inquisitorial del deseo, de la repetición deprimido-ansiosa del capitalismo tardío, como un gif. Por otro lado, ¿qué sentido tiene hablar de estilo después del Orlando de Woolf o el Ulises de Joyce? ¿Después de Rulfo o Bernhard, negadores no solo del estilo sino de la noción misma de narrador? ¿Después de Simón Rodríguez y su lengua radical? ¿O de los Zorros de Arguedas, novela-memoria donde la negación del estilo es tan intensa que colinda con el suicidio, entendido como un devenir mítico? (...) 
(...) 
-Eso es lo bueno. Marcaste distancia con lo peor de este país. 
Para terminar quiero hacer público que, el día del velorio de Miguel Gutiérrez, en un restaurante, fui agredido verbalmente y escupido por un escritor peruano a quien nunca en mi vida había visto o hablado. Aquello ocurrió sin razón alguna. Se trata del premio Copé de novela de 2015, un tal Juan José Cavero. Deleznable. Indignante. Un asco total.

lunes, 25 de julio de 2016

Los libros que le hubiera gustado publicar a Herralde

Fotografía hurtada de aquí.

Don Jorge Herralde. Gran lector. Quizá de esos pocos editores que leen y que, a su vez, conservan intacto el buen gusto. Leemos lo que Herralde quiere que leamos, y eso no está mal. A veces el imperio de un editor se hace necesario para trazar una geografía literaria, el recorrido de autores que uno va siguiendo porque un editor lo ha diseñado así. Todo premeditado quizá. Aquí, Jorge Herralde enumera los libros que le hubiera gustado publicar; más interesante aún que escuchar a un autor sobre los libros que le hubiera gustado escribir.

martes, 12 de julio de 2016

El franquismo y la literatura del ‘boom’

Imagen tomada de aquí.

Los censores no molestaron, en cambio, a García Márquez. Su primer libro en España fue La mala hora, en 1962, pero no sería hasta la publicación en 1967 de Cien años de soledad cuando se editaría en amplias tiradas. En 1969, Círculo de Lectores solicitó publicar 5.000 volúmenes de la novela debido a “la premura con que los clientes” pedían más ejemplares.

El censor señaló en su informe que la historia de los Buendía no suponía problema político ni ideológico alguno, aunque “moralmente, presenta un ambiente en el que predomina la inmoralidad”. El censor identificado como Lector 21, que ya había prohibido Las buenas conciencias, de Carlos Fuentes, autorizó su edición y escribió: “Como novela, muy buena”. Solo Jorge Luis Borges recibiría una aceptación tan incondicional: El Aleph pasó en 1969, dos décadas después de su publicación original, sin objeciones, y su autor fue considerado por la censura como “uno de los más grandes líricos de la lengua española”.

Fuente: El País.

martes, 5 de julio de 2016

Escapada


Alice Munro. Hay quienes la llaman «la Chéjov canadiense» (personas con problemas mentales las hay en todo lado). Lo cierto es que si Chéjov estuviera vivo y pudiera leer un solo cuento de esta autora, la mataría sin rodeos. O le daría por el culo y luego la mataría sin rodeos. Sin rodeos, repito, como son los cuentos del genial autor ruso.

A mí me exaspera que un cuento no vaya directamente a donde quiere ir. Que los desvíos por donde el autor quiere conducir la historia duren tantas y tantas páginas. El adorno infinito de algunos relatos. Y los relatos llegan agotados al tramo final. O muchos de ellos perecen a mitad del trayecto. Una cosa muy mala eso de estirar un cuento. Algo propio de sádicos.

Muy sádica la Munro. Cada cuento de este libro bien podría ser una nouvelle. Demás está decir que los suyos son relatos que no llegan nunca al tramo final. La historia (y el lector, qué duda cabe) ya se agotó a mitad del camino. 

Y es que la Munro siente una fascinación por enumerar todo en sus textos. Todo. Descripciones de paisajes, de recuerdos, de rostros, de sensaciones, de rostros atravesados por sensaciones, de paisajes difuminados por el recuerdo. Todo entra en los cuentos de Munro, y no todo debería entrar. A la canadiense le gusta recolectar la basura en sus historias. Uno encuentra bodrio concentrado en los peores casos.

Y su mundo parece... perdón, la frase debe afirmar: su mundo es puramente femenino. Un universo plagado de menstruación, histeria, pasiones, hijas adoptadas, bebés perdidos, y todo lo que callamos los hombres que no sabemos nada de mujeres. En esto Munro es una experta. (Creo que es mujer; o venga, vamos a darle una concesión. Lo es.) Munro, decía, te refriega en la cara tu ignorancia sobre el otro sexo.

(Bueno, eso para quienes no conocen del otro sexo.) 

Mejor comprensión del universo femenino representado en los textos de la Munro, la tuvo Almodóvar. Ya en La piel que habito él/la personaje principal, recluido/a en su prisión lujosa lee Escapada. Este año, en medio del escándalo de los Panama Papers, Almodóvar estrenó Julieta. Esta cinta está basada en tres cuentos del libro de marras: «Destino»«Pronto» y «Silencio».

Vimos a un Almodóvar raro. No había tracas, personajes desesperados, muy desesperados, el encuentro de seres explosivos. No hubo culebrón. Rarísimo en Almodóvar. O, en todo caso, Julieta fue un culebrón discreto y respetable. Almodóvar (y esto pocas veces lo he visto en el cine) supo ceñirse al texto literario. Quizá a eso se debe su contención. Los textos de la Munro ayudaron a que el cineasta español no se desbocara. 

No obstante, Almodóvar logró apropiarse de la historia y, sin desvirgarla, insertar finos detalles que permitían asimilar mejor lo que la Munro, con sus santos y eternos rodeos, jamás logró expresar. Las historias de la Munro, contadas por Almodóvar, tenían más vigor y SÍ llegaban al tramo final, fuertes y vitales.   

Munro en Almodóvar sabe mejor. Munro sola no conduce a nada.   

MUNRO, Alice. Escapada. Barcelona: RBA, 2009.

lunes, 6 de junio de 2016

Rey del mundo


El predicador, cuyo nombre era Hermano John, desgranó un sermón sobre la identidad negra cuyo contenido quedó incorporado, casi al pie de la letra, al repertorio de Muhammad Ali:

—¿Por qué nos llaman negros? —predicaba el Hermano John—. Es el modo que tienen los blancos de suprimirnos la identidad. Cuando vemos a un chino, sabemos que es de China. Cuando vemos a un cubano, sabemos que es de Cuba. Cuando vemos a un canadiense, sabemos que es de Canadá. Pero ¿hay algún país llamado Negro?

REMNICK, David. Rey del mundo. Muhammad Ali y el nacimiento de un héroe americano. Barcelona: Debolsillo, 2010.

martes, 31 de mayo de 2016

Siete casas vacías


Hace unas semanas me desperté desesperado. La causa de esta desesperación es bastante simple de explicar: en lo que va del año, no he leído nada sorprendente. Nada que me deje aniquilado por un par de días. Aquella heroína que se inyecta uno por los ojos y que no es otra cosa que el verdadero contacto con la Literatura (en mayúscula). Piel con piel y sudor y sexo.

No pocas mierdas me he tenido que tragar.

Esta demás agregar que a esta desesperación contribuía el estático clima de nuestra ciudad. Desde diciembre solo hay verano, y ya pronto tendremos una estación de seis meses de mañanas soleadas. Mierda de clima o clima de mierda.

Rebusqué entonces en mis bolsas de compras (las compras que he jurado no hacer para estirar un poco más los ahorros, pero que inevitablemente termino haciendo y al diablo mi tarjeta de débito) y encontré el último libro de la Schweblin, adquirido a un precio módico. Y vamos a salvarnos de este infierno de mala literatura, me dije.

El libro es un cuentario premiado y ya ampliamente conocido. Lo suficiente como para decir: he aquí a quien me rescatará de tanta inmundicia. 

Diseccionemos. 

«Nada de todo esto.» Fue tedioso este relato. O lo sentí así. Demoré más de lo usual pese a su corta extensión. Tiene baches. La historia es la de una hija que acompaña a su madre en su obsesión por visitar casas ajenas. Esa tensión propia de Schweblin acá está forzada. Se siente como una impostura. Vamos, que los que ya hemos leído a Schweblin desde hace años sabemos de antemano sus recursos. Sabemos, sobre todo, que varios de sus cuentos se reducen a una simple fórmula. Pero aún no generalicemos. Primera decepción.

«Mis padres y mis hijos.» Esto es bastante Schweblin. La rareza de la trama, la dosificación de la información (y de las imágenes), el tránsito de los personajes hacia un extremo en que se tornan peligrosos o irracionales, la atmósfera siempre tensa. Y claro, un argumento bastante simple (en apariencia): unos niños se pierden en una casa. No obstante, hay una suerte de piezas que se van uniendo y que uno ya puede intuir. No es un mal cuento, pero el libro sigue sin convencer.

«Para siempre en esta casa.» Un hombre va en busca de ciertas prendas de vestir en el jardín de su vecina. La fórmula es la siguiente: trama simple, un personaje que está en el límite de algo (igual que los personajes de los cuentos anteriores), una situación anormal que dispara la historia. Se trata de un cuento que solo sirve para que el libro tenga más páginas.

«La respiración cavernaria.» Esta nouvelle reúne los elementos más pobres de Schweblin: descripciones innecesarias, ese ambiente oscuro que ya resulta cansino y agotador, situaciones que no aportan nada a la historia de la anciana encerrada en su casa o que resaltan su drama hasta caer en lo redundante. A estas alturas podemos decir que Siete casas vacías es un enorme fracaso. Estoy aturdido.

«Cuarenta centímetros cuadrados.» Otro relato insípido. Más elementos absurdos, datos escondidos que no generan la más mínima intriga, el anodino trajín de una mujer que se pierde en calles oscuras. Llegado a este punto, uno comienza a pensar si los otros finalistas del Ribera del Duero fueron un verdadero fiasco y tuvieron que elegir a este libro como el menos malo.

«Un hombre sin suerte.» Este es el mejor cuento y no estuvo incluido en el manuscrito que Samanta Schweblin mandó al concurso. Un gran relato, sin duda. No hay más que señalar. Aquí no hay casas.

«Salir.» Pudo estar mejor. Este relato es solo una suma inconexa de situaciones absurdas que no aportan nada al desarrollo de la historia. El absurdo es la especialidad de Schweblin, la exploración del sin sentido. Solo que acá todo parece gratuito y forzado.

Y es todo lo que hay.

Schweblin se repite. Parece que estuviera escribiendo el mismo cuento con distintas (y mínimas) variantes una y otra vez, y cae en el más burdo autoplagio. Y eso es lo peor, pues ha descubierto la formula ganadora (de premios) y lo que tenemos es a una esclava de su propio método. Lo mejor que le podría pasar es que su literatura vire hacia otro rumbo. Con tantos reconocimientos acumulados, creo que sería saludable pagarse un poco de libertad al momento de escribir. Pues de jugar se trata, en el suma, la Literatura (en mayúscula).

Siete cuentos vacíos que le valieron a su autora cincuenta mil euros. Es todo lo que hay y es muy pobre.

SCHWEBLIN, Samanta. Siete casas vacías. Madrid: Páginas de Espuma, 2015.

lunes, 23 de mayo de 2016

Eduardo Sacheri sobre el canon literario


-Ser reconocido con un galardón de este tipo habilita que el circuito literario te mire con otros ojos. El canon culto de la literatura nacional suele mirarte de reojo.
El mío es un lugar absolutamente marginal. En ese sentido soy un inimputable, porque no tengo una formación académica. Mi formación es la de un lector. Tengo ese nivel de anarquía, de la inorganicidad de quien leyó los libros con los que se tropezó, los que intuyó que le gustarían o que le recomendaron. No tengo una visión de conjunto de la literatura universal, y eso indudablemente condiciona lo que puedo escribir. Y está bien, no importa. Por suerte la literatura es enorme y hay un lugar para todo el mundo.

-¿No necesitás de la bendición académica?
No. Pero tampoco me parece mal que la academia tenga sus prácticas y preferencias. Hay voces múltiples. Lo que no me gustaría es que se bendijera un modo de hacer literatura como único. Lo que más me preocupa de estas canonizaciones o excomuniones literarias es el universo de posibilidades que se permiten. Sería triste que uno quisiera explorar un camino y no hacerlo por pensar si voy por acá, me van a hacer mierda. Eso es lo único que lamentaría.

Fuente: La Nación.

lunes, 16 de mayo de 2016

Los cien de Cela


Encuentro una bonita columna de Elvira Lindo sobre los 100 años del nacimiento de Camilo José Cela. Pueden leerla completa aquí.

Menos mal que mi padre no fue una celebridad. Lo digo en serio. Encuentro realmente difícil ser hija de un señor al que nadie tose, del que un gran número de personas piensa que es un genio, que posee la capacidad de despertar en los demás más miedo que respeto y que, de alguna manera, por muy justo que un hombre reconocido trate de ser, oscurece la biografía de los hijos, hasta convertirlos de por vida en hijos de. 

Fuente: El País.

lunes, 9 de mayo de 2016

L'herbe des nuits


Yo amaba un poco a Patrick Modiano. Eso de amar un poco a un autor suena a intento desesperado por colocarlo en tu pequeño Edén literario en el que ya habitan Umbral y Michon (en ese orden; un poco De Luca si somos justos, y si queremos ser más justos habría que poner dos o tres escritoras). Suena a falso amor, a desencuentro, a amor desconfiado. Y es que el amor y yo a veces no congeniamos y tenemos que dormir en camas separadas.

L'herbe des nuits es la tercera novela que leo de Modiano. Para empezar, probé su etiqueta de Premio Nobel con la autobiográfica Un pedigree, sin embargo esa no cuenta porque la vida de este autor resultó tan insulsa como la novela de marras. Igual, tanteando en la biblioteca, le di otra oportunidad con L'horizon (o quizá Modiano me la dio a mí). Y el cambio cualitativo fue enorme. Sobre todo porque podía pasarme leyendo muchas páginas sin consultar el diccionario. Todo tan simple y tan profundo a la vez. Una máscara tras la cual se me revelaban los asuntos más trascendentales de mi también insulsa vida cotidiana. Novela corta y ligeramente letal. Me gustó, y eso equivale a tres estrellas en Goodreads.

Con L'herbe des nuits pasó algo diferente. El amor estaba allí, en el aire, antes de empezar a leerla. Pero apenas comienzas, la atmósfera cargada de neblina y nostalgia en L'horizon ahora era más densa y apenas logras vislumbrar las acciones de los personajes. Todo tan fantasmal, un suspense muy francecito. Luego uno repara en que está leyendo L'horizon pero en su versión más pobre. Ambos libros son como esos hermanos unidos por alguna malformación. Y al separarlos, uno llevaba la peor parte. Y la desgracia fue para L'herbe des nuits. De hermandad tienen esto: mujer misteriosa, sucesos turbios, París triste, hombres peligrosos. Solo que en esta novela todo está deslucido, apagado o desgastado.

Y, como decía en un inicio. yo creía amar a Modiano (solía llamarlo Modi con los amigos), pero ahora me ha decepcionado y es justo darnos un tiempo.

MODIANO, Patrick. L'herbe des nuits. Barcelona: Gallimard, 2014.

lunes, 25 de abril de 2016

Pequeña novela con cenizas


Hay libros imposibles de reseñar y sucede por una simple razón: son libros cobardes. Ya sea por temor a las críticas que puedan despertar o quién sabe qué diablos, se escudan en todo momento. Son temerosos porque no arriesgan. Es imposible, por lo tanto, hablar bien de ellos y recomendarlos, o tirarlos al tacho simplemente. Al final uno siente que solo ha leído páginas en blanco. Pequeña novela con cenizas es un libro cobarde.

Desde el título advertimos un engaño: novela. Pequeña, además. Lo cierto es que si quitamos la parte donde se aborda la vida de Pasolini, nos queda una narración brevísima, un manojo de páginas. Micronovela con cenizas hubiera sido un título más honesto.

La narrativa de autoficción ha desatado hace no mucho tiempo una polémica. Hay quienes reniegan de esta temática. Yo, en cambio, reniego de estos. Por su afán de llamar la atención. Son gente que vive obsesionada por un conejo y que no encuentra literatura en lo que lee. Por la única razón de estar incapacitados para encontrar literatura. Y en el libro de Yrigoyen hay mucha, aunque les cueste reconocerlo. Solo buscan afecto.

La narrativa de autoficción ha impuesto una moda. El temor también reside allí, en escudarse bajo la voz de un narrador que comparte, oh coincidencia, la misma biografía del autor. Y esto no tiene nada de malo. Si se sabe aprovechar, el resultado podría, en últimas instancias, ser soberbio.

Pero acá hay una historia que oculta a otra, que la eclipsa por completo. Y es la vida de nada menos que de Pasolini. Mientras Pasolini habita en el escándalo, el narrador nos cuenta que su padre le pegaba o que casi sucede «algo» con un muchacho. En verdad, ¿a quién rayos puede interesarle eso?

No obstante, este híbrido literario, cuando aborda a Pasolini, posee una lucidez y erudición notable. El tratamiento del lenguaje es también otro punto a favor. Sucede que los poetas tienen otro vínculo con las palabras. Las miman, les dan mayor expresividad, las hacen resplandecer. No hay que hacerle caso a Valenzuela; tal vez no sabe diferenciar entre una buena prosa y una novela de Paulo Coelho.    

El resultado es un texto de carácter disparejo. Es un libro muy «correctito» y al que le falta fuego y también cenizas. Hubiera sido mejor solo abordar a Pasolini. Y hubiera sido un libro, quizá, muy recomendable. 

YRIGOYEN, José Carlos. Pequeña novela con cenizas. Lima: Planeta, 2015.

martes, 12 de abril de 2016

La palabra contraria


La importancia atribuida a mis frases es para mí un premio literario. En Italia no he recibido ninguno por la sencilla y suficiente razón de que no los quiero y por lo tanto no participo en ellos. Esta acusación es mi primer premio italiano. No importa que la asignación se lleve a cabo en una sala de tribunal en lugar de en un salón de baile con la presencia de alcaldes y concejales, y el aderezo de presentadores y madrinas. No importa que sea el único candidato para recibir el premio a la declaración más peligrosa de Italia.

DE LUCA, Erri. La palabra contraria. Barcelona: Seix Barral, 2015.

lunes, 4 de abril de 2016

El secreto del mal


Una literatura del yo, de la subjetividad extrema, claro que tiene que existir y debe existir. Pero si sólo existieran literatos solipsistas toda la literatura terminaría convirtiéndose en un servicio militar obligatorio del miniyo o en un río de autobiografías, de libros de memoria, de diarios personales, que no tardaría en devenir cloaca, y la literatura también entonces dejaría de existir. ¿Porque a quién demonios le interesan las idas y venidas sentimentales de un profesor? ¿Quién puede decir, sin mentir como un verraco, que es más interesante el día a día de un triste profesor madrileño, por muy atildado que sea, que las pesadillas y los sueños y las ambiciones del insigne y ridículo Carlos Argentino Daneri? Nadie con tres dedos de frente. Ojo: no tengo nada contra las autobiografías, siempre y cuando el que la escriba tenga un pene en erección de treinta centímetros. 

BOLAÑO, Roberto. El secreto del mal. Barcelona: Anagrama, 2007.

lunes, 28 de marzo de 2016

Cinco esquinas


Se le piden muy pocas cosas a un Premio Nobel de Literatura. Que quiera a su esposa y que siga escribiendo buenos libros, por ejemplo. Mario Vargas Llosa ha hecho todo lo contrario. Se divorció de Patricia y nos atormenta ahora con Cinco esquinas. Es un rebelde sin causa.

Se podrían decir tantas cosas de nuestro héroe nacional y tal vez solo una sea atinada: Mario Vargas Llosa es el único autor (peruano, se entiende) que se puede dar el lujo de publicar una novela en plena campaña electoral, ser best-seller y patearle el culo al resto de novedades literarias.

Su categoría de Zeus, sin embargo, lo vuelve un blanco fácil. De las manos de un Nobel uno solo espera libros correspondientes a un Nobel. La cosa es así de simple. Uno jamás lee a Mario en el bus; lo lee en el sofá de la sala y con la máxima concentración.

La novela de marras es terrible. Sus lustrabotas van a decir que esta novela es buena, o que no es ni buena ni mala. Pero empieza muy mal, realmente, y esto es por una simple razón: está dedicada a Alonso Cueto (eso es empezar pésimo; de hecho, muchos pasajes de la novela parecen escritos por este autor). Luego tenemos una escena sexual lésbica que lo coloca debajo incluso de la propia E. L. James. Y esto es solo el inicio. Y se vienen peores cosas, dice la Biblia.

Tenemos la historia de un rico ingeniero llamado Enrique Cárdenas, quien pronto pasa a ser víctima del chantaje de un periodista, Rolando Garro. El ingeniero ha participado en una orgía y el periodista tiene las fotos de la fiesta. La historia va tejiéndose (aunque a tropezones) de una forma bastante decente para luego funcionar como una suerte de crítica hacia la dictadura de Fujimori y Montesinos. Hay cierta cohesión en la trama y hasta un poco de intriga en determinadas escenas. ¿Es lo mínimo que le pedirías a un Nobel, cierto?

Se trata de una novela light, sin embargo. Lenguaje plano, personajes vacíos, diálogos insustanciales. El tema de la dictadura hasta parece gratuito, como una tanda comercial entre los dramas sobredimensionados de sus personajes principales.

Por momentos, no solo es una novela mala y light, sino también risible («Trágate esos juguitos deliciosos que te saco cuando te chupo»)  y llena de lugares comunes («se encontró con uno de esos días grises, color panza de burro, del invierno limeño»). Nuestro arquitecto de la novela construye este libro en base una linealidad evidente. Son veintidós capítulos cuya disposición no logra ocultar la simple y previsible alternancia de historias. Vargas Llosa es un escritor sin estilo. Él mismo lo sabe. Por eso apela a estructuras. 

Quizá Mario, cuando fraguaba el capítulo XX, tuvo la mejor erección de su vejez (o solo una digna erección y punto) y escribió las páginas más logradas del libro. Sin embargo, el resto es pobrísimo y, sobre todo si se toma en cuenta el capítulo XVI, un capítulo que no tiene ABSOLUTAMENTE nada que ver con la novela, hasta nos hace pensar que nuestro «sartrecillo valiente» está atravesando por los achaques más duros de la tercera edad. 

Son ochenta años, nada menos. Y no hay nada que lo detenga. No obstante, luego de tantas décadas santificadas a la ficción, una pregunta todavía queda flotando en el aire: ¿en qué momento se jodió Mario?

VARGAS LLOSA, Mario. Cinco esquinas. Lima: Alfaguara, 2016.

jueves, 10 de marzo de 2016

Mario Vargas Llosa sobre la catarsis


Te descargas de algo que es un gran peso. Pero sólo descubres qué es y cómo es cuando eres capaz de expresarlo, o a través de la literatura, de la pintura o de la música o de cualquier manifiestación creativa. Porque tú puedes sentirte muy mal pero no saber por qué. Y creo que una de las maravillas del arte es que te permite formular aquello que para ti es incierto, confuso, una fuente de angustia terrible. Pero qué es lo que ves cuando el arte le da una forma y lo hace comunicable. Muchas veces esa sensación, esos estados de ánimo, no sabes a qué se deben. Son unos estados de ánimo que padeces, pero la explicación profunda no la tienes. Y yo creo que sólo eso es claro cuando la literatura o el arte te los ponen a cierta distancia y te permiten apreciarlos con todos tus sentimientos, tus instintos, tus intuiciones. Creo que es una de las grandes funciones del arte: hacer un retrato de lo más profundo, de lo más secreto que hay en nosotros.

Fuente: ABC.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Rosa Montero sobre los efectos benéficos de la lectura


Siempre me han dado pena las personas que no leen. Y no porque sean más incultas y menos libres, aunque es bastante probable que sea así. No, las compadezco porque creo que viven mucho menos. Leer es entrar en otras existencias, viajar a otros mundos, experimentar otras realidades. Y además, ¡qué inmensa soledad la de quien no lee! Porque la literatura nos une con el resto de los habitantes de este planeta, nos hermana con la humanidad entera, más allá del tiempo y el espacio. Podemos experimentar las mismas emociones que un escritor inglés del siglo XVI o que una autora contemporánea de la remota Nueva Guinea. Y al fundirnos con los demás, al salir de nosotros mismos, salimos también por un instante de nuestra muerte, que nos espera enroscada en la barriga. Leer te hace inmortal.

Fuente: El País.

domingo, 28 de febrero de 2016

Óscar 2016: algunas predicciones


He roto una marca. He visto 22 películas y francamente estoy agotado. Decepcionado, además. No he encontrado ninguna película superior, ningún filme soberbio, nada parecido a Birdman o La Grande Bellezza como en las dos ceremonias anteriores de los premios Óscar. Salvo dos (o quizá tres) honrosas excepciones, la premiación de este año se hará en base a las películas menos malas.


Si ya leyeron el post de 2014 y el de 2015, entonces ya conocen el juego. Me ahorro las palabras. Como la Academia no toma en cuenta mis sabias opiniones, aquí van los que merecen ganar la estatuilla.

    

Mejor actor

-Matt Damon (The Martian)
-Eddie Redmayne (The Danish Girl)
-Leonardo DiCaprio (The Revenant)
-Bryan Cranston (Trumbo)
-Michael Fassbender (Steve Jobs

El ganador indiscutible es Eddie Redmayne. Su actuación en The Theory of Everything no me convenció para nada, pero ahora vemos que el joven actor británico no es un tipo conformista. Ya ganó un Óscar y no se ha detenido. Ha crecido en técnica. No hay lugar a dudas. En The Revenant, DiCaprio es violado por un oso, se arrastra durante dos horas, duerme dentro de un caballo. Es como decir: «Hey, miren cómo sufro y ya otórguenme el puto premio». Lo siento mucho, Leo. Para el siguiente año ya ni si quiera te servirá hacer de mujer.

Mejor actriz

-Brie Larson (Room)
-Saoirse Ronan (Brooklyn)
-Cate Blanchett (Carol)
-Charlotte Rampling (45 years)
-Jennifer Lawrence (Joy)

Esta categoría es la peor de todas. Ninguna actriz sobresaliente. Todas están a un mismo nivel mediocre. Charlize Theron pudo haber sido nominada con ese gran personaje de Imperator Furiosa, pero la Academia no lo quiso así. Jennifer Lawrence es el colmo de la sobrevaloración, una piedra tiene más expresión que Charlotte Rampling, Cate Blanchett no sabe coger un cigarrillo y Saoirse Ronna solo es bella. La menos mala es, en todo caso, Brie Larson. Hay que darle el premio a ella. 

Mejor actor de reparto

-Sylvester Stallone (Creed)
-Christian Bale (The Big Short)
-Mark Ruffalo (Spotlight)
-Tom Hardy (The Revenant)
-Mark Rylance (Bridge of Spies)

Difícil de elegir. Quizá sea esta la categoría donde se puede afirmar que el premio ya está vendido a Stallone, en reconocimiento a toda la saga de Rocky que protagonizó. Bale es un puto genio, Ruffalo sabe otorgarle un sello original a su personaje y Rylance está de adorno. Todos los que vieron The Revenant saben que Tom Hardy ha hecho el papel de su vida, opacando largamente al pobre DiCaprio.   

Mejor actriz de reparto

-Rachel McAdams (Spotlight)
-Alicia Vikander (The Danish Girl)
-Kate Winslet (Steve Jobs)
-Rooney Mara (Carol)
-Jennifer Jason Leigh (The Hateful Eight)

Por un momento estuve tentado a escoger a Jennifer Jason Leigh como la ganadora en esta categoría. Su personaje es duro. Tarantino la supo colocar y darle protagonismo en esa carnicería llamada The Hateful Eight. No obstante, si uno analiza bien The Danish Girl, vemos que toda la carga emocional del personaje que protagoniza Redmayne la recibe el personaje de Alicia Vikander y logra un perfecto equilibro. Me explico: Eddie Redmayne no lo hubiese hecho tan bien sin la presencia de la actriz sueca. El resultado es asombroso.

Mejor guion original

-Spotlight (Tom McCarthy y Josh Singer)
-Ex Machina (Alex Garland)
-Straight Outta Compton (Andrea Berloff, Jonathan Herman, S. Leigh Savidge y Alan Wenkus)
-Inside Out (Josh Cooley, Ronnie del Carmen, Pete Docter y Meg LeFauve)
-Bridge of Spies (Matt Charman, Ethan Coen y Joel Coen)

Una de mis categorías predilectas y, para mi gran sorpresa, muy fácil de adivinar en esta ocasión. Inside Out está en otro nivel. Para empezar, es una película disfrazada. Su público, aparentemente, es el auditorio infantil. Pero no. Esta cinta habla sobre el cerebro y te cambia un poco el cerebro, y lo hace de forma tan sutil y lúdica que uno jamás se da cuenta. Ganadora indiscutible.

Mejor película extranjera

-Krigen (Dinamarca)
-Saul fia (Hungría)
-Theeb (Jordania)
-El abrazo de la serpiente (Colombia)
-Mustang (Francia)

Esta es otra de mis categorías favoritas. Sin embargo, siempre hay una película imposible de conseguir, de descargar, etcétera. En este caso han sido dos: Saul fia y El abrazo de la serpiente. Sería muy arriesgado tantear un ganador en base a tres películas vistas. La colombiana tiene buena pinta, pero me limitaré a escoger entre las que pude ver. Mustang, por lo tanto, es la mejor en este grupo. Y, además, es muy superior a todas las películas en todas las categorías. Me ha encantado.

Mejor fotografía

-Carol (Edward Lachman)
-The Revenant (Emmanuel Lubezki)
-The Hateful Eight (Robert Richardson)
-Mad Max: Fury Road (John Seale)
-Sicario (Roger Deakins)

Me temo que acá voy a seguir el gusto del público. Lubezki y su obsesión por filmar en luz natural —y que ocasionó muchos despidos en el rodaje— ha dado un buen resultado. Pero no puedo dejar de resaltar los hermosos encuadres de Seale en Mad Max. Quizá esta se lleve la estatuilla. Sin embargo, me la juego por ti, Lubezki. (Nota aparte: Benicio del Toro lo hizo demasiado bien en Sicario, mejor incluso que DiCaprio. ¿Por qué no lo nominaron a mejor actor?)

Mejor montaje

-The Revenant (Stephen Mirrione)
-Star Wars: the force awakens (Maryann Brandon y Mary Jo Markey)
-Mad Max: Fury Road (Margaret Sixel)
-Spotlight (Tom McArdle)
-The Big Short (Hank Corwin)

Como ya se habrán dado cuenta, hemos aumentado las categorías. El mejor montaje también me pone en la cuerda floja. Mad Max es una «road movie». Esta persecución frenética que marca la trama de la cinta cobra mucho valor gracias a su gran técnica de montaje. Pero seamos honestos. The Big Short es una película trepidante. Pareciera que en cualquier momento alguien se va a morir de un infarto. Ese ritmo en la narración (un ritmo estridente y excitado) es el que me ha convencido. 

Mejor director

-Alejandro González Iñárritu  (The Revenant)
-Adam McKay (The Big Short)
-George Miller (Mad Max: Fury Road)
-Thomas McCarthy (Spotlight)
-Lenny Abrahamson (Room)

González Iñarritu ya lo ganó el año pasado. ¿Por qué no habría de repetir el plato? Pues porque está el amo y señor George Miller que logró ponerle el disfraz de blockbuster a una película de culto. Así de simple.

Mejor película

-Mad Max: Fury Road
-The Revenant
-Spotlight
-The Big Short
-Brooklyn
-Room
-Bridge of Spies
-The Martian

Aquí no van a ganar ni de broma The Martian y Brooklyn. Me cuesta creer incluso que la película protagonizada por Matt Damon haya tenido tantas nominaciones. No daba para tanto. Es más, todas las películas de este grupo, salvo los bodrios ya mencionados, están a un mismo nivel. Y yendo al grano, me inclino por Spotlight. ¿Por qué esta cinta? Spotlight es una película de denuncia. Es arriesgada, incómoda, pertinente, sencilla, punzante. De salir ganadora sería, ante todo, un pequeño triunfo contra la falsa moral del sistema.